Ahora, a dos semanas vistas, hablo, pienso y escribo desde la felicidad que me ha producido quedarme en casa cerca de 80 días. No quiero que nadie me malinterprete, sé que el motivo del encierro ha sido serio y realmente lo he sufrido y he visto como personas de cerca nos dejaban por culpa de este maldito virus.
He sentido desasosiego, nervios, inseguridad, tristeza y miedo por los míos, por mi familia, por mis amigos, por gente que quiero que "es más vulnerable", por mi marido que ha estado dando el callo trabajando mientras la mayoría veíamos el cielo desde la ventana y así, un sin fin de sentimientos que cual montaña rusa subía y bajaban por horas y días.
Aún así, como empezaba, no puedo describir la felicidad que me ha regalado estas semanas y meses de encierro, semanas de 24 horas y 7 días a la semana pegada a los niños, o los niños pegados a mí, según se mire. A pesar de que la primera o primeras semanas fueron desbordantes en todos los sentidos, rápidamente tuve claro que el mundo se paraba pero nos daba la oportunidad de disfrutar juntos. Los he observado cómo nunca había hecho, cómo nunca me había dado tiempo a hacer. Hemos jugado a un sin fin de juegos que ni sabíamos que teníamos, algunos con los plásticos aún de algún regalo de Reyes Magos y/o cumpleaños, fruto de la abundancia que viven nuestros hijos y que apenas valoran. Nos hemos peleado o discutido todos casi a diario, pero la palabra perdón y los abrazos han sido lo que más han sonado cada día.
Hemos reído con cientos de juegos, trabalenguas, bailes y retos que hemos hecho. Hacer de Señorita Rottenmeier con mis hijos me ha puesto histérica casi todos los días (no sé cuantas hojas de cuaderno he arrancado para que vuelvan a empezar), pero me he dado cuenta de lo increíble que es verlos aprender de cerca cada día.
Los desayunos, medias mañanas y meriendas las han convertido en fiestas casi todos los días. Sentarnos a desayunar juntos y las sobremesas sin correr a llevar a alguno a las extraescolares han peleado por ser el mejor momento del día. Hemos celebrado cumpleaños, santos y hasta una No Primera Comunión con la mayor de las ilusiones sabiendo que los invitados íbamos a ser "sólo" nosotros y hemos "asistido" a muchos cumples y fiestas a través de la pantalla que han hecho que nuestros familiares y amigos estuvieran en nuestra propia casa.
Hemos aprendido, supongo que como la mayoría, a valorar lo que tenemos en la mano cada día y veíamos tan insignificante. Hemos convertido el salón en biblioteca, colegio, comedor, Iglesia, pista de baile, gimnasio y hasta dormitorio para fiesta de pijamas.
Las matemáticas, sociales, naturales, lengua, el letrilandia,...lo han o seguimos dando de otra manera, semanas con más intensidad y otras pasando delante de los libros sin pena ni gloria, pero a pesar de todo no es un curso perdido, ni un tiempo perdido. No se si María acabará este curso leyendo, si Álvaro mantendrá los márgenes de las libretas en orden o si Javier se terminará de aprender la larga lista de verbos irregulares de inglés, pero sé que este curso han crecido de una manera impresionante, han aprendido cosas que de otra manera no lo hubieran hecho. Han entendido que las cosas no se hacen solas, se han repartido tareas entre los tres cada día, así que lo mismo uno era el pinche de cocina un día, que le tocaba poner la mesa, recoger las papeleras o limpiar el baño, y por su puesto hacer sus camas... A fin de cuentas ha sido el turno de educar de otra manera, de enseñar sin prisas, de formar personas.
Y cuando todo esto pase, y mi hijos sean mayores...¿Qué recuerdos tendrán de estos raros meses metidos en casa? ¿Cómo lo recordarán los vuestros? ¿Cómo lo recordaremos todos? Depende tanto de como lo hayamos vivido y cómo nos o hayamos tomado.